El primer pecado de Sarah es ser mujer. El segundo, haber nacido en Irán, en el corazón del islam chiíta. Y el tercero, no pensar como el resto. Tiene 25 años, escucha música occidental a escondidas y está enamorada (platónicamente) de un futbolista de raíces portuguesas. Su pelo rubio rebelde se escapa por el hijab pañuelo que cubre la cabeza y el cuello que usa desde niña. Eso y la informe gabardina negra que la envuelve como una oruga en cautiverio la delatan como musulmana, pero su mirada y su sonrisa sin sonido aclaran la duda. Ella es distinta, no es religiosa y es infeliz en este país de apariencias, donde el chiísmo les impone a las mujeres una armadura oscura y las obliga a dejar de ser ellas mismas apenas pisan la calle.
El negro es el color de esta rama del islam que aglutina solo a un 10% de los musulmanes, pero es mayoría en Irak e Irán, y simboliza el martirio por el que pasaron sus guías o imanes.
En Irán, república teocrática, el chiísmo gobierna desde 1979 tras la revolución islámica impulsada por el Ayatola Jomeini, a quien Rosa Montero describió como “ese viejo de rostro sombrío, cejas enredadas y expresión de trueno”, y que enseñaba abiertamente cómo disponer de las mujeres desde pequeñas: “El hombre puede casarse con una niña menor de 9 años, incluso si la niña toma aún el pecho. Sin embargo, el hombre no puede realizar el coito con una niña menor de 9 años (Jomeini, Tahrirolvashyleh, 4º volumen, Irán 1990)”, adoctrinaba el líder de la Revolución Islámica, que murió en 1989, y a quien le sucede vitaliciamente el Ayatola Kamenei.
“Aquí es deber de una mujer cocinar y limpiar la casa. Mi misión en la vida debe ser servir a mi marido y prepararme para cuidar a mis hijos. Pero yo tengo otros sueños”, dice Sarah (nombre cambiado, como la mayoría del reportaje, por solicitud expresa de los entrevistados) ojos almendra y cuerpo de modelo Channel, que estudia Ingeniería en Electricidad en la Universidad Pública de Teherán.
En esta ciudad de más de 15 millones de habitantes la belleza de la mujer está condenada al encierro. No interesa si por causa del hijab exigencia obligatoria que se realiza en obediencia a Alá y a su profeta el pelo deja de oxigenarse, se pudre y se les cae, como les pasa, tarde o temprano, a todas. Tampoco importa si hace calor en verano la temperatura sobrepasa los 35 grados, o si una chica quiere ser parte del equipo de fútbol todas las jugadoras en Irán usan siempre hijab y pantalones largos.
“Aquí es deber de una mujer cocinar y limpiar la casa. Mi misión en la vida debe ser servir a mi marido…”
SARAH, 25 años, estudiante universitaria
Descubrir la belleza femenina desordenaría el orden social, según el islam. Por eso, el profeta Mohamed mandó cubrirse a todas las mujeres, y en Irán esta regla rige inclusive para las extranjeras que van de visita.
Dahne, de 28 años y licenciada en literatura persa, defiende la tradición. “Una mujer debe respetar lo que manda el islam, porque si no cumple las reglas no puede llamarse musulmana”, dice en Esfahan, una ciudad donde casi todas visten el hijab completo las cubre desde las muñecas hasta los tobillos-. Esta es, junto a Yarz y Shiraz, la ciudad más conservadora en Irán. Aquí las mujeres con sus mantos negros cubren el ambiente.
Hasta allá ha ido Dahne de compras, desde su natal Hamedan, provincia del interior del país, donde la religión también se vive con intensidad.
En los pueblos el extremismo islámico es más frecuente que en Teherán, donde el 60% de los estudiantes universitarios es mujer. En la zona rural, las madres aún obligan a las hijas a usar el hijab completo, les prohíben maquillarse, limpiar su rostro y su cuerpo (depilarse), andar solas en las calles o con su novio antes del casamiento, ir a la universidad o casarse con quien ellas elijan. “Allí los matrimonios siguen siendo más por negocio que por amor”, dice Sarah
http://www.telegrafo.com.ec/septimodia/reportajeint/noticia/archive/septimodia/cronica/reportajeinternacional/2008/12/14/Mujeres_2C00_-la-sombra-del-islam-chi_ED00_ta-.aspx Lee el resto de esta entrada »