
Después de la carnicería de Bombay, uno de los peores atentados terroristas en la historia convulsa de la India, la precipitada visita de la región por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, y el jefe del alto estado mayor norteamericano, almirante Mike Mullen, advierten de que la tensión indo-pakistaní con riesgo nuclear alcanza niveles inquietantes. El ruido de botas resulta ensordecedor en la frontera de Cachemira, la más peligrosa del mundo, donde confluyen las ambiciones de la India, China y Pakistán, y se extiende a los confines enigmáticos de las zonas tribales pakistanís lindantes con Afganistán, santuario de Al Qaeda y sus clones desde 2001.
Las informaciones indias y estadounidenses confirman la inspiración islamista del atentado en el escenario más occidentalizado de Bombay y la autoría del grupo pakistaní Lashkar e Taiba (Ejército de los Puros), que se nutre del irredentismo musulmán en Cachemira, está conectado con los talibanes y actúa como franquicia de Al Qaeda. Ese grupo ya había perpetrado el ataque suicida contra el Parlamento de Nueva Delhi (diciembre de 2001), con el objetivo de forzar al Ejército pakistaní a concentrarse en la frontera oriental y bajar la guardia en las zonas tribales donde se organizaba a la sazón el santuario de Bin Laden y los talibanes en fuga.
«NO CREO QUE las grandes naciones del mundo puedan ser secuestradas por los actores no estatales», declaró el presidente pakistaní, Asif Ali Zardari, para condenar el atentado de Bombay y solicitar implícitamente al Gobierno indio que no tome represalias. En la misma dirección, el presidente electo de EEUU eludió responder a un periodista que le hizo la primera pregunta incómoda en su luna de miel con la opinión pública, y que resumo de memoria: ¿puede utilizar la India el derecho de persecución de terroristas en suelo pakistaní que el candidato Obama atribuyó a las tropas norteamericanas en Afganistán?
La inquietud es pertinente porque el Gobierno de Islamabad, aunque surgido de las elecciones de febrero último, por una vez no falsificadas, no puede escudarse en la trinchera de la soberanía y olvidar que está sobre un barril de pólvora, con un Ejército fracturado y de veleidades pretorianas, un islamismo radical que prosigue su avance imparable y unos servicios secretos (ISI) convertidos en un Estado dentro del Estado, que adiestran y pertrechan a grupos terroristas en Cachemira o Afganistán, de la misma manera que en los años 80, con el beneplácito de Washington, armaron a los talibanes en su combate contra los soviéticos.
La protección de Pakistán por EEUU y China se fraguó en los años de la guerra fría y el cisma chino-soviético, quizá para contrarrestar el neutralismo militante de la dinastía Nerhu en la India y su alianza estratégica con el Kremlin. Ese equilibrio precario no pudo evitar tres guerras indo-pakistanís, la secesión de Bangladesh e innumerables escaramuzas. Tras el hundimiento de la URSS, Washington tomó el relevo de Moscú, negoció con Nueva Delhi y apareció como la potencia imprescindible para preservar la paz entre los dos estados surgidos del estallido del Imperio británico en 1947. Tan endiablado panorama se complicó con la irrupción de India y Pakistán en el club de las potencias nucleares, en la primavera de 1998.
Cachemira está dividida entre India, Pakistán y China, pero los nacionalistas indios reclaman todo el territorio pese a que la mayoría musulmana es abrumadora. Un aumento de la tensión entre India y Pakistán tiene el efecto de rebajar la vigilancia y la represión de los grupos extremistas, en una situación ahora más peligrosa porque la política de la India, «oficina del mundo», está teñida de nacionalismo desde que el Partido del Congreso, laico, que pretendía representar a todos los indios, con independencia de su adscripción religiosa, perdió la hegemonía y tuvo que competir con el Bharatiya Janata, un partido nacionalista e hinduista, que dejó de ser una secta para configurar una alternativa política que estuvo en el poder desde 1998 a 2004.
Los nacionalistas pusieron sordina a la amalgama excluyente entre identidad india y cultura hindú, pero en sus aledaños florecen grupos de fanáticos que reclaman la anexión de Pakistán. En un ambiente preelectoral, el Bharatiya Janata exige al Gobierno de Singh (Partido del Congreso), arquitecto de las reformas económicas, que responda con energía a los ataques terroristas planeados en el archienemigo Pakistán. Las tensiones étnico religiosas conocen una violenta escalada porque la minoría musulmana de la India (150 millones) se siente preterida en el desigual reparto del milagro económico cuando no perseguida por los extremistas hindús o atraída por el islamismo radical.
LA ESTRATEGIA de EEUU desde 2001, consistente en promover un deshielo entre Islamabad y Nueva Delhi, está amenazada, lo mismo que una de las prioridades explícitas de Obama: una alianza regional para combatir el terrorismo. Los terroristas saben que la cooperación entre India y Pakistán sería funesta para sus aspiraciones, mientras que los militares pakistanís consideran que Afganistán está dentro de su esfera de influencia y rechazan la intromisión de la India de la mano de Occidente. La simbiosis del islamismo radical con el militarismo hace verosímil un sombrío pronóstico: una nueva confrontación podría desembocar en un holocausto nuclear.
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idnoticia_PK=568845&idseccio_PK=1006&idioma=CAS
(*) Entre Occidentales el riesgo nuclear no pasaba de ser un amago disuasorio , pero ante una religión de conquista hemos entrado en otra dimensión de la que Occidente , especialmente los europeos , no parece darse cuenta.