LOS atentados perpetrados en Bombay han conseguido lo que parecía imposible: eclipsar en los medios de comunicación de todo el mundo incluso la crisis económica y financiera, que no ha hecho sino empezar. Este fenómeno se explica por dos razones principales: la primera es que el terrorismo internacional amenaza a todo el planeta, incluso de forma más inmediata, directa y violenta. La segunda es que lo ocurrido en la capital económica de India significa un cambio cualitativo en lo que hasta ahora entendíamos por atentados terroristas: no se ha tratado de un golpe inesperado y seco, aunque fuese tan enorme como el asestado en las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, sino de una acción continuada que se ha prolongado durante días, y que cuando esto se escribe todavía no ha podido ser controlado del todo.
Lo que estamos viviendo es un nuevo modo de actuar que no sólo puede hacerse presente en cualquier momento y en cualquier lugar del planeta, sino que por su organización y duración se sitúa más cerca del concepto de guerra en toda regla, sólo que sin enemigo identificable: la oscura organización que se atribuye estos crímenes (ya llevamos más de ciento cincuenta muertos, que con seguridad serán más) da lo mismo cómo se llame, y su única seña de identidad es el islamismo más extremo y violento. Esta característica explica también el protagonismo de los atentados de Bombay en los medios españoles, además del hecho de que Esperanza Aguirre y varias delegaciones españolas se encontraban allí cuando estallaron los ataques. España figura entre los primeros países objetivo de Al Qaeda.
La crisis
Otra amenaza a nuestro modo de vivir y de organizar la convivencia es, evidentemente, la crisis económica. Esta semana el Gobierno ha organizado la escenificación de un nuevo plan para hacerle frente. La apariencia de que son nada menos que ochenta medidas nuevas ha tenido que ceder paso a la realidad de que estamos ante lo mismo del primer día, sólo que con un envoltorio distinto. Tanto los partidos de la oposición como los expertos independientes del Gobierno coinciden en estimar que Rodríguez Zapatero y su equipo continúan sin saber bien qué hacer, y mueven constantemente las fichas del dominó para dar la impresión de que no paran de actuar, pero en realidad son siempre las mismas fichas.
Aprovechando la crisis y la amenaza de que la recesión se convierta en depresión, los jugadores de ventaja han hecho su aparición en la escena económica española. La oferta de la rusa Lukoil para hacerse con el 29,9 por ciento del capital de Repsol parece estar perdiendo empuje en los últimos días, tras la hostilidad hacia esta operación manifestada por el Partido Popular y las protestas aparecidas en muchos medios solventes.
Con este asunto se ve cada vez con más claridad que al público se le está ocultando información, y así no hay manera de salir del terreno de la conjetura y a veces hasta de la adivinación del pensamiento, que no parecen ser los mejores instrumentos para hacerse idea cabal de una situación. Cada día aparece en los medios lo que se presenta como un hecho, que es desmentido a las pocas horas para ser sustituido por un rumor que, a su vez, es también objeto del correspondiente mentís. Así, hemos creído saber que a La Caixa no le interesaba especialmente la operación más que en ciertas circunstancias; que a La Caixa le urgía rematarla como fuera; que el Rey había llamado repetidamente al presidente del Gobierno por teléfono para mostrarse favorable a la entrada de Lukoil en Repsol; que el Rey no había llamado a nadie y que se mantiene al margen de los avatares de este asunto; y así sucesivamente.
Lo que no es un rumor es la quiebra de Habitat, que ha desatado una vez más la rumorología acerca de quién será el siguiente. En el bombo de las conjeturas están todos, menos Sacyr. ¿Por qué será?
Los crucifijos
Esta semana, pues, se han hecho presentes dos de las amenazas contra el modo occidental de vida: el terrorismo y la crisis económica. Pero hay una tercera, que estos días también se ha manifestado entre nosotros. Me refiero a la guerra cultural, que viene de lejos y que tiene como objetivo la liquidación de los fundamentos cristianos de nuestra civilización, sin los cuales no es posible entender nada, pues el fulcro en que se apoya es la dignidad de la persona establecida por el pensamiento griego, el derecho romano y la religión judeocristiana.
En efecto, el valor del individuo, de cada persona individual, está en la entraña misma de nuestra organización de la convivencia, de nuestro esquema de valores, de nuestra moral pública, de nuestro modo de entender la economía, de nuestra concepción de la creación artística. Del respeto a la dignidad de la persona emanan los derechos humanos y las libertades fundamentales; la abolición de la esclavitud, la tortura y la pena de muerte; el castigo de toda discriminación injusta por razón de sexo, edad, raza, religión; el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la Ley; la protección de la infancia y la adolescencia; la libre empresa.
Pues bien, una sentencia dictada en Valladolid ha ordenado que se quiten los crucifijos de las aulas de la escuela pública «Macías Picabea», como consecuencia del recurso puesto por una asociación que promueve el laicismo. Es posible que, en términos estrictamente formales, la sentencia se ajuste a nuestro Derecho positivo. También es posible lo contrario, y que, si se interpusiera un recurso, la instancia superior anulase esa sentencia. Pero, en mi opinión, la cuestión no es ésta, sino otra: No se trata, en el fondo, ni de preservar la Constitución, ni de mostrar un alto respeto a la norma, ni de nada parecido, sino de echar un pulso no sólo a la Iglesia, sino a las costumbres ancestrales que durante mucho tiempo han sido aceptadas por unos como una manifestación de religiosidad, por otros como una tradición cultural, pero nunca hasta ahora por nadie como una provocación.
http://www.eldia.es/2008-11-30/criterios/criterios11.htm