Cuando el jueves por la mañana escuchaba, en vivo y en directo, el dramático relato de todo lo sucedido en Bombay en boca de Esperanza Aguirre, se me vino a la memoria la imagen de la famosa Cúpula de la Vergüenza. No por la cúpula en sí, no se preocupen que no voy a volver sobre el tema, sino por el significado que se le ha querido dar y el sentido que tiene que el Gobierno de Rodríguez haya dedicado tanto tiempo y esfuerzo –y dinero de los contribuyentes- a un asunto que es una de la mayores estupideces que se hayan podido cometer en nuestra corta historia democrática reciente y uno de nuestros más sonoros fracasos diplomáticos: la llamada Alianza de Civilizaciones. Al margen de que la ONU le haya dedicado una sala en Ginebra, en compensación a los muchos esfuerzos dinerarios que ha invertido Rodríguez en el asunto y que ha dado de comer a un buen número de funcionarios de Naciones Unidas dedicados a este asunto, lo cierto es que lo que nació como uno de los proyectos estrella de Rodríguez en la pasada legislatura, hoy no es más que las cenizas de un sueño que el islamofascismo ha convertido en pesadilla, ésta antes de Navidad.
Rodríguez planteó en su día la Alianza de Civilizaciones como el contrapunto a la estrategia belicista norteamericana. Quería convertirse en el paladín de la paz, de la defensa de los derechos humanos, del entendimiento entre las distintas razas y culturas… En fin, en una especie de Ghandi universal que bajo el paraguas de un buenismo incompetente pretendía hacernos creer que el camino del apaciguamiento y la complacencia con los enemigos de la libertad era el único posible. Pues bien, se ha demostrado equivocado. Si quieren, y como muestra de generosidad por mi parte, les acepto a los seguidores del pensamiento único la buena voluntad inicial del proyecto, pero es evidente que no ha llevado a ninguna parte y que salvo la adicción entusiasta de Erdogan que necesita de apoyos en la UE para lograr el objetivo turco de sumarse al carro europeo, no ha conseguido sumar voluntades lo suficientemente significativas como para hacer del proyecto algo más que una ilusión. Ni a un lado, ni al otro, y eso, si cabe, es lo más grave.
Porque, con la excepción de Turquía, no hay ningún país musulmán que haya demostrado interés alguno, más allá de la cortesía diplomática, por la Alianza de Rodríguez. De hecho, a medida que pasa el tiempo, se hace más evidente eso que Gustavo de Arístegui ha llamado en un libro la otra alianza, la alianza antisistema contra occidente, es decir, contra el mundo libre y democrático. Los atentados de Bombay de los que la delegación madrileña que acompañaba a Esperanza Aguirre ha salido ilesa de milagro, no estaban dirigidos contra la población autóctona, sino contra los turistas extranjeros que se alojaban en los tres hoteles de lujo atacados por los terroristas. Es evidente cual es el mensaje: nos odian. Lo dicen en cada video de Al Qaeda o de los talibán en los que reivindican la reconquista de Al Andalus y amenazan a nuestro país por tener tropas en Afganistán. Es que, ¿pensábamos que nos íbamos a librar solo por el gesto de demagogia y propaganda de retirar las tropas de Iraq? No. España forma parte del mundo libre y, por lo tanto, se encuentra entre los objetivos inmediatos del terrorismo islamista.
No existe la posibilidad de formalizar alianza alguna con esta gente. Es posible que haya un islam moderado –De Arístegui defiende que es así- con el que sea posible entenderse, pero tengo para mí que para que eso ocurra tienen que darse unas circunstancias casi imposibles, y que al final no existe un islam moderado, sino un islam pragmático que aprovecha en cada momento distintas formas de extender su pretendida supremacía moral sobre el resto de la sociedad, sin necesidad de recurrir a la violencia. Pero, en el fondo, el objetivo de todo islamista es el mismo: imponer su fe. Luchar contra eso es muy difícil. No hay pedagogía que valga, y mucho menos apaciguamiento que sirva para resolver el problema. La única solución es mantenerse firmes en nuestros principios y en nuestros valores como sociedad libre y democrática que somos, reforzar nuestras medidas de seguridad sin que eso suponga merma de nuestra libertad –eso es, en parte, lo que ellos buscan-, e intentar combatir su amenaza en todos los frentes posibles, intentando evitar el recurso a la violencia. Con cúpulas y alianzas imposibles, solo se consigue darles a los fanáticos tiempo, motivos y recursos para seguir con su campaña de odio y terror contra la libertad
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