Estamos en 2018. Cataluña se ha separado de España. La gente con más recursos económicos se ha marchado, quedando en la República Islámica Alcataluña las personas menos favorecidas. La causa de esta ”huida” no es otra que las guerras, los enfrentamientos, el radicalismo islamista que da lugar a un conflicto civil que durará veinte años. Tras ellos, España conseguirá unificarse, ordenándose bajo la figura de un rey. Un grupo islámico formado por cinco mujeres terroristas, no satisfechas con el nuevo orden establecido, guiadas por motivos religiosos y en pro de una Cataluña libre (según la libertad que establecen sus propias ideas) planea atentar contra el próximo rey.
A este punto viajamos a través del tiempo, guiados por Nostradamus. Excelente maestro de ceremonias que nos revelará algunas de las “coincidencias” numéricas más inquietantes, mostrándonos el doble plano de un eterno presente que será de forma irremediable si no hacemos nada para evitar que nuestros pasos nos conduzcan hacia tal dirección.
La propuesta teatral es sumamente interesante aunque no es para mayorías, aspecto sabido y aceptado por el propio autor. Sin embargo, podría haberse adaptado de un modo menos espeso, con el fin de que llegase a más personas e incluso no se le hiciese pesado a la parte de esa minoría que sí se siente interesada por este tipo de teatro.
La lentitud o reiteración de conceptos se ve salvada en cierto modo por las repentinas y dinámicas intervenciones de Nostradamus (José Lifante). Su forma de exponer las teorías del personaje o del mismo autor, su modo de dirigirse al público, didáctico y enérgico, levantan una obra de teatro que está perfectamente interpretada y dirigida y que aún así, resulta lenta.
Las concepciones que quedan sobre el escenario son muy sugestivas. El respeto con el que el autor se adentra en el difícil terreno de los fanatismos religiosos es digno de mencionar, sobre todo, cuando “el profeta” cierra el planteamiento teatral diciendo, aconsejando, recomendando que la religión se viva interiormente, que la religión pase del ámbito público al ámbito privado. Que no podemos pretender enfrentarnos por la verdadera existencia o el verdadero apostolado de nuestro dios o dioses, cuando aún no hay nada que objetivamente demuestre que alguno de ellos existió.
De igual manera es reseñable la afirmación que el nuevo tirano realiza cuando el personaje interpretado por Ruth Gabriel le amenaza con la condena de “su dios”. Éste le responde “si me demuestras que existe tu dios, creeré en todos”. En cierta medida, todos los fanatismos son lo mismo. Todos los dioses son lo mismo. Todos los motivos que mueven a las guerras, a los enfrentamientos, al terrorismo son lo mismo. ¿Qué más da un dios u otro? Si en “sus nombres” se mata, se asesina, se aniquila. ¿Qué más da un fanatismo religioso o político? Si ambos nos llevan a la tiranía, a la falta de libertad, al adocenamiento…
Manuel Martínez coloca también dentro de esa célula islamista distintas posturas en torno a la religión. Distintos grados de exaltación. Aquél que emplea la máxima “el fin justifica los medios” y aquel otro que deja un resquicio para la humanidad, para la palabra. Aquel otro en cuya intransigente vida se vislumbra una grieta dejando, el paso libre al amor sea éste como sea.
“ En el nombre de Alá ” es sin duda una propuesta teatral interesante, en la que encontramos a unos intérpretes notables que desarrollan su labor en una escenografía sugestiva que cede el protagonismo, como debe ser, a aquellos que han de hacernos pensar y plantearnos nuestra propia vida y educación.
La tarde que fui al teatro, a la salida, escuché un comentario que una señora de cierta edad hacía a su amiga: “Esta obra está bien para los jóvenes de hoy, que tienen esas ideas”.
Quizá esa señora pensara que a una cierta edad es demasiado tarde para cambiar de pensamiento… tal vez no se haya enterado de que “hoy es siempre todavía”… y que siempre es buen tiempo para el cambio… cuando éste es bueno…
http://www.larepublicacultural.es/articulo.php3?id_article=1163