No sé si os habréis enterado de que el presidente francés dijo en una conversación con periodistas que no le importaría que Irán tuviera «una o dos» bombas nucleares. Los medios no prestaron mucha atención a la impactante noticia, más o menos la milésima parte que si Bush se cayera de la bici. Pero fue publicada en un par de lugares y Chirac volvió a llamar a los periodistas para decirles que creía estar hablando off the record y que lo retiraba. Es decir que Chirac se dedica a abogar a favor del programa armamentístico nuclear iraní frente a los periodistas en sus conversaciones privadas, pero cuando sus palabras salen publicadas son de rechazo de aquél. Más hipócrita no se puede ser.
El asunto no es tanto la posición de Chirac, que no puede sorprender a quien conozca mínimamente la historia de este gaullista ex comunista que proporcionó directamente a Saddam Hussein los medios que le habrían permitido fabricar bombas nucleares si Israel no hubiera intervenido. Chirac afirma desear evitar que Irán se haga con armas nucleares, y la verdadera cuestión es que forma parte del cuarteto diplomático que supuestamente trata de evitarlo. Este cuarteto está formado por cuatro estados o metaestados: los EEUU; Rusia, el único aliado de Irán desde la Revolución Islámica más cercano que la propia Francia, que acogió el exilio de Khomeini; la Unión Europea, siempre caracterizada por su postura arabófila y anti-israelí; y las Naciones Unidas, directamente dominadas por las mayorías árabe, islámica y «no alineada».
Con estas declaraciones de Chirac, Bush y Blair han tenido la oportunidad de ver que la aproximación multilateral a la crisis nuclear iraní no sólo no aporta mayor fuerza o legitimidad a su postura, sino que la neutraliza por completo. El cuarteto no decidirá nada sin el consenso de Francia entre otros, y Chirac ha dejado claro que en realidad está de parte del enemigo de Occidente. A la luz de este hecho es fácil entender los eternos retrasos del cuarteto mientras Irán seguía avanzando hacia la posesión de armas nucleares. Sin embargo ni Bush ni Blair extraerán ninguna enseñanza de esta confesión de Chirac, sino que la ignorarán insultando sus propias inteligencias. Ambos son líderes mediocres; probablemente estén ya más preocupados por sus retiros que por los hombres, mujeres y niños sobre los que se proyectará la sombra de los misiles iraníes, pero en cualquier caso nunca tuvieron ni la décima parte de lo que un gobernante necesitaría para enfrentar la amenaza iraní. A tales tiempos tales hombres, y no hemos de sorprendernos de que ya no aparezcan líderes como Churchill.
Mientras tanto los escuadrones de la muerte de al-Fatah, empeñados en su guerra civil con los de Hamas, encontraron a cinco agentes de nacionalidad iraní colaborando con Hamas en Palestina, uno de los cuales se suicidó para no ser capturado. El mismo secretario general de Hizbollah dice abiertamente: «Irán ayuda a nuestra organización con dinero, armas y entrenamiento […] Y la ayuda es canalizada a través de Siria, y todo el mundo lo sabe.» Nuestros enemigos árabes están deseando colaborar con cualquiera en Occidente que ponga coto a la urgente amenaza iraní, pero Occidente es tan decadente que es incapaz de mover un dedo contra quien le amenaza, mientras que puede pisotear despreocupadamente a cualquiera con la condición de que nunca le haya amenazado.
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