Por un día, la reportera del Morgenpost se pone el velo y se vuelve musulmana opticamente. Un autointento.
Frecuentemente, muy frecuentemente, mi amiga Fatma me ha contado sobre sus experiencias como mujer con velo en Berlin.
Fatma vive hace más de 30 años aqui y habla perfecto alemán. Su hija estudia. Sin embargo dice: «Con un velo eres tratada como una persona de segunda clase»
Hasta ahora yo no lo podía imaginar. En Berlin viven 240.000 musulmanes y aqui donde vivo, en Kreuzberg, las mujeres forman parte de la imagen callejera. «Pero apenas se viaja hacia el oeste o hacia el este, la gente clava la vista» dice Fatma, «a Zehlendorf o a Mahrzahn viajo solo cuando es imprescindible»
Quiero saber como se sienten esas miradas, las rechazantes, las inseguras y tambien las curiosas. Por un dia me transformo en una mujer musulmana con velo y con sobretodo largo.
Cuidadosamente peino mi cabello y lo ato de forma tirante hacia atrás. Encima coloco el llamado Käppi, el velo inferior, sirve para impedir que el velo no resbale y que ningún cabello sobresalga.
Luego viene el velo, azul medio, pura seda. Fatma me ayuda a atarlo correctamente. Se coloca con un pliegue sobre la cabeza , luego por debajo del mentón se ata con un alfiler. Las puntas son adornadas artísticamente y se fijan en los hombros. Otro alfiler arriba en la cabeza mantiene todo en su sitio. Timidamente muevo la cabeza de aquí para allá, nada resbala.
En el espejo una mujer extraña
«Te ves muy bien», dice Fatma y me sonríe, «realmente chic». Alentada miro en el espejo. Y veo a una mujer extraña. Una que se me parece. Pero solo se me parece. El velo enmarca mi rostro y me da un algo serio, estricto. El sobretodo largo es elegante. Durante un tiempo ando delante del espejo, me acostumbo a mi nuevo aspecto.
Luego salgo. Mi amiga vive en Graefenkiez. Multiculti, en todos lados cafés y bares. Esto aligera mis primeros pasos con mi nueva identidad. Entro en un café al que cada día he ido este verano. Nos conocemos, pensaba. Pero cuando me senté en una mesa la camarera pregunta: «Que le puedo traer?» Estoy perpleja. «Hey no me reconoces?, quiero decir. «Solo llevo un velo» pero no digo nada y pido un café con leche. No está muy lleno esta mañana. Nadie toma nota de mi. Una mujer con velo aqui no es nada especial.
En el aeropuerto del barrio Tegel (al norte de Berlin) y en la estación central de tren ( en el centro de Berlin-este) me siento como si fuera invisible. Gente apresurada pasa por al lado. Ningún tropiezo ninguna mirada a los ojos. Es como si no estuviera allí. El velo tiene un efecto como un capuchón de camuflaje. «A las mujeres con velo no se las mira. De alguna manera, a la gente le es desagradable.» Me explica Fatma.
Causas religiosas
Ella lo vivió en carne propia. Esa diferencia. Pues Fatma no llevó siempre el velo. Hace solo 10 años empezó a ocuparse de forma intensiva de su religión. «Luego tuve la necesidad de llevar un velo», dice. Por estímulo propio, no porque alguien se lo haya exigido.
Con esto confirma Fatma el resultado del nuevo estudio de la Konrad-Adenauer-Stiftung que pregunta a mujeres musulmanas por qué llevan velo. El resultado: el velo se lleva por causas religiosas y sin la influencia de los hombres miembros de la familia.
Sin embargo a las mujeres que llevan velo se las percibe como débiles, oprimidas, desintegradas. Fatma: «Muchas personas piensan automáticamente que no hablo alemán». O piensan que no tienen nada que buscar aqui. Hace poco estaba en el puerto Urban y le pidió al dueño de un perro que lo ate a la correa, ya que ella estaba con niños pequeños, el le respondió: «Si lo de aqui no te viene bien, puedes volver a Turquía». «Algo asi nunca me ha sucedido sin el velo», dice Fatma.
En Kudamm (centro de Berlin-oeste) entro en la sección de cosmética de un gran centro comercial. Pruebo sombras para ojos y maquillajes, pruebo distntos lápices de labios. A poca distancia se encuentran dos vendedoras. Hablan, me miran brevemente, y vuelven a hablarse. Nadie se me acerca ni me pregunta si necesito ayuda, o qué me interesa. Esto ha durado un buen cuarto de hora. Las miradas de las vendedoras son inseguras, como si no supieran muy bien qué me pueden mostrar a mi, una mujer con velo. He penetrado en un mundo en el que no pertenezco.
A los ojos no mira nadie
En el Teltower Damm (en barrio Teltow) domina un vital ambiente de compras. Soy la única mujer con velo. Voy paseando despacio por al lado de los negocios y observo a la gente que viene de frente. En sus caras puedo reconocer lo que pasa por sus cabezas: «La obligarán a llevar esa cosa en la cabeza?», «Entenderá algo de alemán?». Pero directo a la cara y a los ojos no me mira nadie. En la máquina impresora del banco intento tomar contacto de ojos con una mujer que está en frente, a solo un metro de distancia. Pero no mira ni una sola vez hacia mi. Su mirada de dirige al suelo, como si yo le fuera desagradable.
Lentamente tengo suficiente de ser a lo largo y ancho la única mujer de aspecto musulmán. Tengo ganas de volver al barrio Kreuzberg. Quiero sumergirme por un momento entre las muchas mujeres con velos en el Kottbusser Damm.
Ya tras mis primeros pasos mi andar se vuelve más sólido, más seguro. Al lado mio, delante mio, detras mio- en todos lados mujeres como yo. Nadie me arroja una mirada furtiva. Me quedo parada en un puesto de frutas. El vendedor me habla con una manzana en la mano en turco. «Lo siento, no comprendo» digo. «Ah» dice enseguida en alemán «he dicho que las manzanas son muy buenas. Puedes probar». Le sonrío, es la primera vez en este día que una persona reacciona ante mi- y no solo ante mi velo.
Respeto de los jóvenes
En la esquina de Paul-Lincke-Ufer se encuentran algunos jóvenes turcos. Tal vez de 16 o 17 años. Juegan con sus teléfonos móviles y tontean por ahi. Muchas veces he pasado delante de estas pandillas y cada vez he recibido algun comentario, observación o gesto. Esta vez sucedió lo inesperado: cuando paso con mi velo se echan educadamente hacia los lados dejandome paso libre. Sonrisa amistosa, ninguna provocación: el velo como protección contra los jóvenes musulamnes. Pero en la sorpresa se mezcló el enojo. Al fin y al cabo tambien quiero poder andar en las calles como mujer con cabellos al aire sin hostigamientos.
El efecto del velo es grande, a pesar de ser solo un pequeño trozo de tela de 100 x 100 centímetros. A veces de más centímetros. Sin embergo lo cambia todo. Es causa de fogosos debates. Es un símbolo de opresión de la mujer- dicen los unos. Los otros, dicen que se sienten discriminadas; que una prohibición del velo impide la práctica de su religión.
Las miradas que percibí eran en parte rechazantes, en parte inseguras. Tal vez uno u otro berlinés me habría hablado. Me habrían preguntado por qué llevo ese velo. Pero el temor al contacto era demasiado grande, todo se quedaba en miradas furtivas.
Mi dia como mujer musulmana se acaba. Me quito el largo sobretodo. Fatma me ayuda a quitar los alfileres del velo. Mis cabellos se pegan a la cabeza bajo el Käppi. Atravieso los cabellos con los dedos, agito mi cabeza de un lado a otro. Al fin puedo rascarme la oreja sin temor a que se resbale el velo.
«Una se acostumbra tan rápido al velo», dice Fatma, «sin velo ya me siento realmente desnuda». Para ella el velo es una persuasión. Para mi era el intento de sentir como se sienten las mujeres musulmanas en nuestra ciudad. Era un revestimiento. Y tras un día en disfraz es muy bueno ser denuevo yo misma. Tambien si los jóvenes musulmanes del cafe de internet en nuestra calle ahora denuevo me dan chiflidos.