Ha muerto Oriana Fallaci. Un cáncer ha conseguido lo que no lograron los degolladores de Alá. La noticia, no por menos esperada, me ha encogido el corazón. Ella fue la voz solitaria que nos alertó sobre la condición totalitaria del Islam; ella nos advirtió sobre la transformación de Europa en Eurabia; y en mi caso particular, Oriana fue la principal culpable de mi despertar frente al islamofascismo.
Oriana Fallaci, ejemplo de una Europa valiente e insobornable. Una Europa que ya no existe. Feroz combatiente de los dos totalitarismos del siglo XX, fascismo y comunismo. Y luchadora, casi en solitario, contra la plaga del siglo XXI, y por qué no decirlo, de los últimos siglos, el Islam.
Oriana Fallaci, profeta. Denostada por los Chamberlain de nuestra época. Atacada y vilipendiada por los que quieren seccionar nuestras libertades y nuestras gargantas, no sólo en sentido figurado. Su voz clamó con fuerza y valor contra los que creen que se puede domesticar la serpiente islamista, contra los alianzadores de Civilizaciones. Su muerte es, sin retórica alguna, auténticamente irreemplazable. La desaparición de la bravísima periodista italiana deja el terreno libre a los mentecatos apaciguadores, que ven el camino expedito a sus medrosas y suicidas teorías.
Ha muerto el último espíritu libre. Ella era el recuerdo de lo que una vez fue Occidente. El Occidente libre y orgulloso que jamás llegué a conocer y que el coraje de Oriana me permitió vislumbrar que, en algún tiempo no muy lejano, había existido. Todo eso, como sentenció el replicante Roy Batty de Blade Runner, desaparecerá -desapareció ya, en realidad- como lágrimas bajo la lluvia.
Sólo queda su legado. Especialmente su descomunal La rabia y el orgullo (pdf), un luminoso texto, un brillante rayo en estos tiempos oscuros. Un sorbo de agua fresca entre tanta polución políticamente correcta.
Por tu obra, por tu valor, por tu vida, gracias Oriana.
Publicado en paralelo en El Blog de Manning.
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