Sigo en mi tarea del análisis de la visión que el Islam tiene de la mujer. Lo que viene ahora puede verse como una continuación o ampliación de un post anterior. En el libro -de reciente publicación en España- Las prohibiciones del Islam de Anne-Marie Delcambre, se puede leer un sustancioso capítulo, ¿El Islam y la mujer? dedicado a esto. Transcribo un fragmento:
Para el Islam integrista sólo cuenta la honestidad de la vida conyugal, ya que no se trata de vivir una pasión o un amor loco en el matrimonio. La ternura y la misericordia son los fundamentos de una unión lograda, sura 30 v. 20/21: «Entre las señales de Dios está el haber creado para vosotros esposas surgidas de vosotros, con el fin de que os reposéis junto a ellas y tras haber puesto entre vosotros afecto y mansedumbre». La mujer, reposo del guerrero, es un remanso de paz necesaria para el hombre. Por otra parte, por eso dice Dios en el Corán, sura 2, v. 183/187: «En la noche del día de Ramadán, declaro que es lícito para vosotros hacer el amor con vuestras mujeres. Ellas son una vestidura para vosotros y vosotros sois una vestidura para ellas». Pero por lo menos hay una diferencia entre el hombre y la mujer. El hombre puede servirse de la mujer como crea conveniente y cuando quiera: «Vuestras mujeres son un campo para vosotros. Id a ellas como os parezca», dice Dios en el sura 2, v. 223. Es el hombre quien tiene preeminencia sobre la mujer. Puede forzarla a obedecer, puede mandarle, ordenarle que se quede en su cuarto, incluso pegarle (sura 4, v.38/34).Es al hombre a quien le corresponde ser el jefe de la familia, la responsabilidad financiera, y a él se deja la iniciativa del repudio. La mujer, como tal, no vale nada. La que se valora es la madre. Se desprecia a la mujer estéril. La poligamia se considera adecuada a la naturaleza biológica y fisiológica del hombre y de la mujer. La mujer es inferior.
Es cierto que hay otra igualdad, la existente entre creyentes de ambos sexos, pues una de las mujeres del profeta se sublevó contra un discurso coránico exclusivamente reservado a los hombres. Así, podemos leer en el sura 33, v. 34/35, una igualdad perfecta entre los creyentes de ambos sexos, entre los que ayunan, hombres y mujeres, entre los que son castos y castas, entre los que rezan. Es para acceder a esta igualdad en la virtud que el Corán les hace entrever, por lo que ciertas musulmanas consideran importante ponerse el velo. ¡Para degustar, aunque sea ilusorio, una apariencia de igualdad!
Muy interesante, además de este capítulo, el libro entero de Anne-Marie Delcambre, doctorada en Derecho y Civilización Islámica y profesora de esta última disciplina en la Universidad Saint-Joseph de Beirut, según la información de la solapa.
Las prohibiciones del Islam es un libro que aúna erudicción y amenidad. Como podemos leer en la introducción -a la que se puede acceder a través del enlace del libro-:
No podemos seguir eternamente haciendo como si el Corán sólo incluyese versículos de paz y de tolerancia y como si el profeta del Islam nunca hubiese hecho llamamientos a la venganza, como si nunca hubiese vertido sangre. Aun a riesgo de molestar, hay que tener el valor de decir que el integrismo no es la enfermedad del Islam. Es lo que compone el Islam. Es la lectura literal, global y total de sus textos fundadores. El Islam de los integristas, de los islamistas, es sin más el Islam jurídico que se atiene a la norma. Así pues, aunque se llegue a yugular lo que llamamos integrismo militante, a evitar los atentados, a meter en la cárcel a todos los islamistas, seguirá existiendo siempre y en todas partes este integrismo difuso en la sociedad musulmana que, en realidad, no es más que el deseo de aplicación total del Corán y de la Sunna al pie de la letra.
Valiente obra de Delcambre, presentada a través de preguntas relacionadas con el Islam, que bien podría haberse subtitulado Todo lo que siempre quiso saber del Islam y nunca se atrevió a preguntar.
Las respuestas, claro, no son agradables.
Publicado en paralelo en El Blog de Manning.